Lisboa es mi segunda casa. A veces, incluso, pienso que la primera. Siempre que me encuentro baja de ánimos regreso alli para recibir una inyección de felicidad.
Quizá sea su característica luz reflejada en el suelo de mármol. O la tranquilidad que consigo al sentarme en la escalinata del hall de la ciudad, mirando la desembocadura del Tejo, en la vivaz y ajetreada Praça do Comerço. O, simplemente, la sensación de aventura al perderme entre el laberinto de callejuelas del Bairro Alto.
Porque hubo una época en la que creí que todo era posible, en la que mi vida era perfecta.Y esa época... se desarrolló en la bella Lisboa.
Quizá sea su característica luz reflejada en el suelo de mármol. O la tranquilidad que consigo al sentarme en la escalinata del hall de la ciudad, mirando la desembocadura del Tejo, en la vivaz y ajetreada Praça do Comerço. O, simplemente, la sensación de aventura al perderme entre el laberinto de callejuelas del Bairro Alto.
Porque hubo una época en la que creí que todo era posible, en la que mi vida era perfecta.Y esa época... se desarrolló en la bella Lisboa.