miércoles, 31 de diciembre de 2008

Báilame el agua

Báilame el agua
Úntame de amor y otras fragancias de tu jardín secreto
Sácame de quicio, hazme sufrir...
Ponme a secar como un trapo mojado.
Lléname de vida líbrame de mi estigma
Llámame tonto.
Olvida todo lo que haya podido decirte hasta ahora.
No me arrastres
No me asustes
Vete lejos...pero no sueltes mi mano.
Empecemos de nuevo.
Toca mis ojos
Nota la textura del calor
¿Por cuánto te vendes?
Píllate los dedos
Y deja que te invite a un café.
Caliente, claro
Y sin azúcar... sin aliento

jueves, 11 de septiembre de 2008

Yo nunca lloro...

... escupo por los ojos

Inevitable, pero hoy me siento así

miércoles, 6 de agosto de 2008

Ocho cosas que haré antes de morir...

Recorrer el mundo mientras…
…vivo cientos de aventuras y…
… me dedico al periodismo.
Y en mis ratos libres escribir un libro de los que se adueña de un trocito de cada alma que lo lee.
Hablando perfectamente inglés, para poder…
…encontrarte, Nacho (y eso solo lo sabe nuestra imaginación) y así…
… poder vivir en el paraíso (a caballo entre Londres y Madrid)
Pero, sobretodo, lo que no puedo dejar de hacer en este mundo es… ser y hacer feliz.

lunes, 30 de junio de 2008

La segunda estrella a la derecha y todo recto hasta la mañana

Así nos indicaba el camino Peter, mientras le acompañábamos a Nunca Jamás; en cambio, junto a Alicia nos sorprendíamos al conocer un gato de Cheshire o confiamos en poder ayudar al niño de madera a conseguir su reclamado corazón.

Pablo Bullejos, en su cortometraje “La segunda estrella a la derecha” muestra la historia de la inocencia. Una inocencia que enlaza todas las historias en las que creímos una vez, aquellas que nos colmaron un día de aventuras e ilusión.



“Las estrellas son hermosas, pero no pueden participar en nada. Tienen que limitarse a observar eternamente”. Para ti, Iria, que siempre has estado a mi lado.

jueves, 6 de marzo de 2008

El niño con el pijama de rayas

…hay que leerla sin saber de qué trata, porque no hay que desvelar la sorpresa.

Política de marketing o no El niño con el pijama de rayas, del escritor irlandés John Boyne, ha sido un éxito en innumerables países. Sin miedo a descubrir el tema central de la historia desde la primera página, el tiempo transcurre de manera rápida. Con un argumento sencillo nos guía en dirección a una verdad que, aunque etérea durante todo el hilo de la historia, se torna palpable en el último párrafo.

Un día elaboró una teoría acerca de lo que había podido ocurrir y volvió al tramo de alambrada donde un año atrás habían encontrado la ropa de su hijo. Aquel lugar no tenía nada especial ni deferente, pero Padre exploró un poco y descubrió que la base de la alambrada no estaba bien sujeta al suelo, como en los otros sitios, y que al levantarla dejaba un hueco lo bastante grande para que una persona muy pequeña, quizá un niño, se colara por debajo.

Entonces miró a lo lejos y poco a poco fue atando cabos, y notó que las piernas empezaban a fallarle, como si ya no pudieran sostener su cuerpo. Acabó sentándose en el suelo y adoptando casi la misma postura que Bruno había adoptado todas las tardes durante un año, aunque sin cruzar las piernas por debajo del cuerpo.


Y es que, al fin y al cabo, la vida es así: impredecible. En ocasiones, el ser humano se siente capaz de tomar decisiones, decisiones correctas (¿o no?); y en ocasiones, el destino se encarga de poner cada cosa en su lugar.

Pero como señala el autor: “…todo esto pasó hace mucho, mucho tiempo, y nunca podría volver a pasar nada parecido. Hoy en día no”. Real o no, sueño por un día en que está afirmación no contenga interrogantes.

domingo, 10 de febrero de 2008

Onde a terra acaba e o mar começa

Abstraída, miraba por la ventana del autobús. Me resultaba curioso, que sin haber oído hablar de este lugar hasta tan solo unos días antes de mi partida, mi nerviosismo fuera en aumento. De repente una voz me sacó de mi ensimismamiento: Chegamos ao Cabo da Roca, o ponto mais ocidental da Europa.

Cuando bajé, mochila en mano, observé hacia donde se dirigían todos los pasajeros. Estaba segura de que aquel camino me llevaría al lugar. Sin embargo, aún deseosa de ir hacia allí, hice una parada en una pequeña tienda para turistas. ¿La razón? Era mi despedida… y, después de tanto tiempo, no quería despedirme: ¿por qué hacerlo si allí era feliz?

Tras observar minuciosamente cada recoveco de aquella loja, salí. Comencé a dar pasos por el camino de tierra observando la vegetación, que se disponía a modo de almohada debido a los embates del viento. Justo en ese momento se abrió ante mí una imagen que jamás olvidaré: un mar abierto, tan azul que no se es capaz de distinguir la línea del cielo.

El siguiente paso fue agarrarme, como el resto de viajeros, a la barandilla que limita el acantilado de más de ciento cuarenta metros de altura con la nada. El viento soplaba con tal fuerza, que batía a todo aquel que se acercara a disfrutar de ese magnífico paisaje.

Vi como la gente se alejaba e iba a la tienda de regalos. Ese lapso fue indescriptible: allí, sola, ante un mar que comienza y no acaba… Entonces llegó el momento de despedirse. De mis labios salió tan solo una frase: prometo conseguir todo lo que me proponga.

A día de hoy, cada vez que siento que no puedo con algo, mi imaginación me traslada a ese instante en el que me sentí con fuerzas de ser lo que quisiera. No era el lugar, ni lo que había vivido allí, ni tan siquiera ese sentimiento que me invadía, sino lo que había aprendido. Había aprendido a ser yo, sin límites, sin miedos…

sábado, 9 de febrero de 2008

Si los dados de la fortuna hubieran caído de otra manera

Tuve la oportunidad de leer por primera vez “La señora Dalloway” en el año 2003. Cuando llegué a la página 32, descubrí unas líneas que encerraban una verdad que iba más allá de su época, cuya visión nos trasladaba a la actualidad.

Sí, porque no se la odiaba a ella sino al concepto de ella, y, sin duda alguna, este concepto llevaba incorporadas muchas cosas que no eran de la señorita Kilman; y la señorita Kilman se había convertido en uno de esos espectros con los que se lucha por la noche, uno de esos espectros que se ponen a horcajadas sobre nosotros y nos chupan la mitad de la sangre, dominadores y tiránicos, pero, sin la menor duda, si los dados de la fortuna hubieran caído de otra manera, más favorable a la señorita Kilman, Clarissa la hubiera amado. Pero no en este mundo. No.

Tan solo 83 años atrás y arrastrada por una enfermedad, Virginia Woolf consiguió comprender que la cara de la moneda que hoy podía ver la luz del día, mañana podría ser la cruz. Entendió el concepto de libertad, que ni tan siquiera ella tuvo oportunidad de conocer, y en un halo de aroma trasladó su visión a una sociedad que odiaba su significado: el significado de la felicidad.