Últimamente le he dado muchas vueltas a todo aquello que considero que está mal en mi vida. En estos últimos días (o meses), he discutido con absolutamente todo el mundo, me he creído con la verdad absoluta y he sido capaz de odiar al universo (una especie de lista negra en la que solo unos crepes han sido capaz de excluir a dos personas de ésta). Sin duda, podría decir que he luchado en una batalla uno contra todos –donde todos son alrededor de 6.700 millones de personas.
Y después de esa lucha a muerte, me doy por vencida. Estoy cansada de ser la justiciera mundial. He aprendido que siempre habrá injusticias, pero también aprendí que algunas cosas sí cambian. Y eso… me da esperanza.
Esperanza…
Ese estado del ánimo en el cual se nos presenta como posible lo que deseamos, según la RAE, me ha abierto los ojos. Y ahora, más grandes, brillantes y marrones que nunca están dispuestos a imaginar con toda la fuerza de que dispongan su vida. Y lo harán, lo harán hasta que cada uno de esos sueños puedan ser tocados con las palmas de sus manos.
Y puede que no sea ese tipo de chicas que caen de pie en todas las situaciones, ni la más especial, ni la más inteligente, ni la que cae bien a todo el mundo, pero lo que sí sé es que soy una de esas chicas que saben lo que quieren y van a por ello.
Porque a tu pregunta “¿crees que hago mal en volver a intentarlo?”, te diré “no, porque los sueños se hacen realidad”; a tu duda sobre “no tengo ilusión por nada, ni soy brillante en nada”, te afirmaré “solo es tu pequeña gran batalla uno contra todos y cuando acabe, verás que puedes ser brillante en algo”; y a tus miedos a “equivocarte”, diré “todos nos equivocamos y cuando lo hacemos escribimos líneas nuevas en nuestra vida que son más acertadas”.
Porque sí, nuestra dificultad radica en haber comenzado a construir nuestra vida en época de crisis, en una época donde no hay oportunidades. Pero eso nos hará más fuertes y nos enseñará algo que generaciones anteriores han tardado años en aprender. Nos enseñará a vivir.